domingo, 11 de septiembre de 2011

ADIOS, AMIGOS...

Nuestros amigos, a los que hemos estado ayudando para convercerlos de que no se fueran, de que se pueden hacer cosas entre todos...se van. Finalmente regresan al país de origen de ella, ese lugar lejano y fresco. Nos hacen uno de esos ofrecimientos que, tal como va el mundo, cuestan de creer: que vayamos con ellos, porque nos ceden un cottage o casita de aperos que tienen en una población situada al sur del país. Se tendría que acondicionar para vivir en ella, pero...no hay que regar jamás. Con lo que llueve normalmente, se consiguen cosechas hermosas y sin demasiado esfuerzo. La tierra es fertilísima, y el clima es suave en verano y no demasiado frío en los inviernos. Además, insisten en que no estaríamos solos, pues ellos nos ofrecen su ayuda en todo momento y en caso de necesidad, nos abren las puertas de su hogar.
Estas cosas son las que hacen que no deje de creer-todavía-en el género humano. Gracias, amigos. Eso sí, cuando nos lo dijeron, se apoderó de mí una especie de...no sé cómo definirlo...una pena tan grande...como una nostalgia, una sensación de que nunca, nunca, puedes ilusionarte con nada...todo es azar...
Al final mi amigo consiguió lo que iba persiguiendo desde hace tiempo: que Robin cogiera una cogorza de campeonato. También contribuyó que la luna, casi llena, se me metió en la sangre...se veía reflejada en el vaso de vino, y yo me la quería beber...total, que llegué a la Sisquella con la cabeza rodando y jurando por todos los dioses y en arameo que no beberé vino de Teruel-ni de ningún otro lugar-NUNCA MÁS.
Ni siquiera esta noche, en la fiesta del pueblo. Lo juro por Arturo.

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