lunes, 16 de abril de 2012

CORAZON

Hay que reconocer que sí, que en primavera entra una mandra indefinible. Producto de la fineza del aire, que llena los pulmones en cada respiración de átomos purificados por la lluvia. Del sol, brillante, esplendente, que dora la piel. De la tierra, que suavemente tapizada de hierba, invita a acostarse sobre ella. A abandonarse. Y el agua de la alberca: el reflejo, imperfecto, de nuestro mundo. El agua nos devuelve nuestra imagen, pero no es nítida, sino tamizada, deformada, absorbida, digerida. ¿Qué somos, cómo somos realmente?

Lo verdaderamente importante no es cómo nos vean, cómo nos veamos: sino cómo somos. Y eso, a pesar de todas las tempestades, debe quedar, incólume, en nosotros. Entonces se alcanza la fina amors de los trovadores.

A veces podemos dudar, sufrir o sentirnos inseguros. Es justo, en un mundo cambiante, en donde materia y energía son intercambiables. La vida nace de la incesante necesidad de tal trasvase. Pero aunque dudemos, temblemos, lloremos, incluso gritemos a veces sin que nadie nos oiga, la indefinible alegría de vivir está ahí, perenne, en nuestro corazón. Sí, aunque sea arrítmico, aunque a veces se queje palpitando sin control o dejándonos sin respiración. Está en el corazón.

-Qué pastelosa manera de hablar de los ataques de ansiedad...

-Ay Xènius, agonías, mira que eres revienta-líricas...y calla, que hace tiempo que no me da el yuyu.

-Toca madera, gafaza.

-Toco madera, toco...pero ya sabiendo que Newton era un empané, la cosa ya cambia...

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