viernes, 3 de agosto de 2012

SOBRE LA VIDA AL AIRE LIBRE

Son ya muchos años de observar, de contrastar, de pensar. Y finalmente, la conclusión es evidente. Claro que hay excepciones, sin duda, como en todo lo que es natural, y por lo tanto, variable, cambiante, con la capacidad de adaptación que exige el indeterminable medio externo.
Los seres que tenemos la suerte de haber vivido al aire libre, con el sol, bajo el cielo, mirando la luna, comiendo en la medida de lo posible productos de nuestra cosecha...estamos más fuertes que los que viven en ciudades, y que desarrollan actividades en lugares cerrados. Esto parece evidente, pero no lo es: mucha gente asegura que la vida urbana tiene ventajas: menos oxidación, menos exposición a la radiación solar mutágena, más control médico, mayor disponibilidad de terapias, recursos...
Muelas que no ceden a la presión: están soldadas a la mandíbula. La calcificación es magnífica. Los huesos, densos, están repletos de ese calcio que anuncian las leches manipuladas, y que basta, para metabolizarlo y fijarlo adecuadamente, solamente el sol y la vitamina D. No hacen falta suplementos.
Ese sol que nos dora la piel, que nos permite la síntesis de hormonas del bienestar, ese tercer ojo que es la glándula pineal y su serotonina. No hace falta gastarse el dinero para tenerla: basta pasear bajo el sol, respirar el aire del monte...
Os dejo mi imagen, de hace un par de días. Lo cual no significa que a estas horas esté criando malvas porque me ha dado un yuyu o me he caído por una barranca.
-Eso sería la leche. La entrada del siglo, vamos...
-Todo es posible. Pero lo que se cuenta aquí es cierto. Agua de una alberca. Sin cloro, con bichos, con algas. ¿Y qué? Que trabaje el sistema inmunitario: estará, te lo aseguro, muy contento de cumplir su misión, lejos de falsas esterilidades y protecciones debilitantes.
Un saludo, y un gran y refrescante abrazo.
-Vas a pillar una amebiasis.
-Que noooo...

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