Si se sigue el valle desde la Font Vella hacia abajo encontramos, escondidas entre un bosquecillo de olmos, las ruinas de los lavaderos de La Palma. Apenas restan unas columnas derruidas y unos recintos que delimitaban el devenir de las aguas. Umbrío es el lugar, rebosante de una melancolía adherida al tiempo. Porque una cosa es lavar a mano por principios ecológicos y otra es haberlo tenido que hacer antaño para cobrar cuatro perras sirviendo a los señorones. No están tan lejos los tiempos de las mujeres con las manos envejecidas y llenas de sabañones.
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