
Desde luego, nadie podrá negarnos el título de constructores a mi marido y a mí. Es que no paramos. Hoy hemos pensado en seguir haciendo pared en el talud, para marcar un camino ascendente y así las cabras no bajarán a galope tendido por el margen (en principio). Hemos usado unas piedras rojas muy decorativas, que dan cierto aire pirenaico al talud.
Hay dos tipos de masones (constructores en francés): los que se dedican a la masonería especulativa, o sea, a pensar principalmente, dándole al seso con temas sobre el templo de Salomón, Hiram Abif, el hijo de la viuda y el Gran Arquitecto del Universo, y los masones operativos, o sea, los que le dan a la piedra, y se dedican a construir manualmente cosas. Nosotros somos básicamente de los segundos, porque nos gusta realmente hacer obras. Y eso que vamos en contra de la segunda ley de la termodinámica, que dice que la entropía del Universo aumenta quieras que no, y que el desorden se impone a marchas forzadas. Espero que algún día tengamos nuestra recompensa, porque mira que destruir es fácil: se tardan segundos en acabar con las obras más hermosas. Pero construir cuesta un huevo, sino que me lo digan a mí, que me he cansado hoy de llenar carretillas de piedrecitas rojas, y a mi marido, que las transportaba a pie de rampa.
Es bonito construir. Por eso os comentaba una vez que debe existir un Bien Absoluto, que impulsa a ciertas personas como nosotros a ir en contra de las leyes de la Física de este mundo, y gastar nuestras energías en cambiar piedras de posición. Aunque, bien pensado, igual en vez de Bien Absoluto, lo que somos es un Coñazo Absoluto que no nos estamos quietos ni a la de tres. En fin, no sé, bonito queda. ¿No?
















Mirad qué cosa tan curiosa: encima de una piedra, en el suelo, hemos encontrado esta casita de insectos. Seguramente se trata de la casa de las larvas de alguna especie de avispa, que la construyó en la primavera pasada. Ya lo veis, un poco de tierra, su saliva para amasarla en plan adobe, y ya tenemos la casita para poner los huevos de los que surgieron las avispillas, que luego, claro, en verano me picarán a mí. Todo un ejemplo de auténtica bioconstrucción.
























Muchachos, no podíamos haber escogido mejor día para usar nuestras varitas mágicas. Está todo electrificado: he cogido a mi gato blanco en brazos, lo he acariciado...y lo he tenido que soltar al momento, él y yo nos hemos quedado enrampados, y la radio que llevaba en el bolsillo del anorak ha hecho crssssss...Pues vamos al turrón.



