Comemos nuestras provisiones en el aparcamiento de la cartuja, porque amenaza lluvia. Debajo de la muy agradable penumbra que dan las plantas trepadoras de las pérgolas, observamos cómo la tormenta, al final, pasa de largo. Así que nos preparamos para subir a La Pietat.
La Pietat es un edificio en ruinas que antaño fue residencia de clérigos. Desde abajo se ve un bosquecillo interesante y muy denso. Allá vamos.
El tramo final es apenas un sendero pedregoso en la solana que bordea los contrafuertes del valle. Pero la recompensa vale la pena.
Árboles monumentales nos acogen bajo una sombra prodigiosa. Un pino, un cedro del Líbano, un castaño de Indias, un tilo, plátanos...todos con decenios de vida. Han crecido sin acoso humano y lo agradecen.
Agua que nace de la ladera entre helechos sutiles; una fuente al fondo de una arcada que riega a una piedra singular; una alberca que es piscina...magia pura.
Subiendo un poco más arriba, un ciprés marca la singularidad de una roca.
Si bajamos, otro sendero nos da paso a la alberca que recoge las aguas de la lluvia que previamente ha absorbido la roca de la montaña santa.
Desde aquí, así se ve Escaladei.