Julio César describe en sus libros no solamente batallas, sino también tipos humanos. Y los alemanes eran calificados como pueblos bárbaros.
No me vale que el clima fuera desfavorable; una organización humana puede avanzar adecuadamente cuando se unen esfuerzos. Los bárbaros permanecían aislados en sus nortes brumosos, pero cuando conocieron las bondades del sur, lo quisieron para ellos. Trabajaron a lo largo de siglos para conquistar, destruir y hacerse con el poder. El Sacro Imperio Romano Germánico configuró Europa. Luego, no conforme con ser ejemplo, Alemania quiso ser dueña: las dos guerras mundiales son la muestra.
Pero ese germen oscuro, brumoso, falto de humanidad, sigue circulando por las arterias de los nórdicos.
El gobierno griego ha pensado en dar una paga extra de Navidad para aliviar la situación de pobreza de los jubilados y otros componentes desfavorecidos de su humillada sociedad. Y acto seguido, Alemania le ha cortado la financiación, alegando un desvío de la ruta de austeridad marcada a paso militar.
El monstruo alemán, el bárbaro reflejo de su origen, brilla en los iris azules de los ojos de las personas que habitan aquellas tierras. Adustos, rígidos, helados como su norte. Máquinas de triturar vidas, de ignorar sufrimientos, autómatas inhumanos que se nutren del capital. Lo vuelven a hacer, otra vez.
¡AVE CESAR!
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