jueves, 11 de junio de 2020

LA VIEJA NORMALIDAD (III)

Arbeca, in illo tempore
Ya en tiempos de la morería las zonas al sur de Lleida se conocían como Al-azeitun, la tierra de las aceitunas. En aquellos tiempos lejanos el trabajo agrícola era muy ingrato y a pesar de la sabiduría de los árabes, la gente que debía emplearse en ellos se dejaba la vida de sol a sol. La cosa cambió en el siglo XVIII (un poco lento el avance,  todo sea dicho) cuando se pusieron en marcha nuevas técnicas agrícolas. El progreso llegó de la mano de los olivos y la vid. Se plantaron tantos olivos y tantas vides que el paisaje se transformó y llegó a ser lo que vemos ahora, el paisaje de esponas (márgenes de piedra seca) y de feixes (bancales). La población se multiplicó por 2 y en algunos casos hasta por 3 en algunos pueblos; en Catalunya se pasó de 407.000 a 814.000 habitantes en el período de 1718 a 1787. Las zonas más favorecidas por esta revitalización fueron les Garrigues, la Conca de Barberà y el Priorat.
La oliva arbequina fue introducida en Lleida por el duque de Cardona-Medinaceli. Hace 200 años se fue de viaje por el Próximo Oriente y de regreso trajo plantones de los olivos que allí se cultivaban. Los payeses de los alrededores de Arbeca fueron a buscar plantones de esta nueva variedad que se extendió por todas estas comarcas de la Catalunya semiárida. Los olivos se plantaron dejando una distancia de 8 metros entre ellos; entre los almendros se dejaban 6 metros; en medio de las hileras de árboles se sembraban cereales.
Más adelante el Baró de Maials hizo roturar los bosques de este pueblo y de Llardecans para plantar olivos en estas nuevas tierras dispuestas así para la agricultura. Empezó la Edad de Oro.

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