Algunos próceres de la economía mundial vaticinan que éste será el último verano tal y como lo hemos conocido los de nuestra generación y la de nuestros progenitores.
No caerá esa breva. No, no porque desee yo el cataclismo final del mundo, sino porque ¿acaso no sería hermoso vivir en una permanente primavera con sus promesas de suavidades eternas, o en un fructífero otoño de recolecta sin fin? O en un invierno frío y estimulante, eso sí, siempre que haya nieve a mi alrededor.
Pero no. Los próceres auguran el Fin de los Días. Que por cierto, tenía que haber llegado ya pero nunca llega. Se ve que a la gente le va el morbo de vivir siempre con un espadón toledano sobre sus cabezas. Confían en sus gobiernos, en el "haré lo que me digan, ellos saben" tan manido en las sociedades modernas de atrofiado encéfalo.
El último verano...o no. Que va a ser que no.
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