Estos días pasados han sido de recuerdo de la muerte...de los muertos.
Uno de los lugares que acostumbro a frecuentar en tales fechas es el cementerio. Se percibe una calma densa, como si el tiempo allí no importara...realmente no importa, y eso se capta: es un pasillo entre mundos.
Es en los cementerios de pueblo donde se percibe mejor este reposo. Y en el de la Palma d'Ebre encontramos además esta pequeña joya: el antiguo carro para transportar los féretros.
El camino del pueblo al cementerio no es muy largo; menos lo fue antaño, cuando el camposanto estaba dentro del núcleo urbano, alrededor de la iglesia románica...
El tiempo lo ensancha, lo hace grande. Se necesita más y más sitio...para ir, en definitiva, a la Nada, la Gran Señora del Sosiego.
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