domingo, 8 de diciembre de 2019

DE VUELTA A LA FATARELLA

La Terra Alta atrae a la gente que puede sentir "más allá". Ya le pasó a Joan Perucho, que entró en éxtasis juvenil y dijo algo así como que aquí aprendió la esencia ominosa de la vida. Así es, amigo.
Volvemos a la estoica Feria de l'Oli de La Fatarella. Nos deleitamos con la degustación del aceite de las olivas empeltre, variante vibrante y colorista; por cierto, no estoy de acuerdo con usar las copas azules o -ahora de moda- rojas para la cata de aceites, con el argumento de que "no debe influir el color en la degustación": craso error, puesto no debemos perder atributos, no ya valorables, sino lúdicamente sensoriales.
Me gusta ver el color de los aceites; el empeltre es anaranjado, frente a la seriedad verdosa y aristocrática del arbequino. Ambos son deliciosos.



También nos sentimos atraídos -cual mariposas nocturnas- por una luz en las alturas: es la ermita de la Misericòrdia, escoltada por un búho que ulula y nos indica el camino. El cimborio octogonal, tan ubicuo en la arquitectura de estas tierras, inquieta por parecer faro terrestre, guía de rutas mistéricas.

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