-Nos hemos perdido.
Habíamos pasado varios indicadores que señalizaban la proximidad del poblado ibérico de Forn Teuler, pero en algún momento habíamos errado en la elección del camino. Oteaba yo el horizonte a través del parabrisas del coche buscando en las alturas los restos de algún muro de piedra que indicara la existencia de una construcción humana.
-No se ve nada...
Las colinas, quebradas por arcanos pliegues terrestres, delataban que una vez, hace milenios, las rocas fueron plásticas. La vegetación que las cubría era agreste, punzante, de matorral mediterráneo. Unos negros nubarrones progresaban en nuestra dirección. Los resplandores de los relámpagos empezaron a hacerse notorios.
-Mira, una casa...vamos a preguntar.
El solitario camino estaba flanqueado por dos postes entre los que pendía, inerte y sin tensión, una gruesa cadena. Los amortiguadores del coche apreciaron sensiblemente el grosor de los eslabones al pasar por encima.
-Oye, yo creo que deberíamos dar la vuelta...
No pude acabar la frase. Una jauría de perros blancos con manchas de color anaranjado y orejas enhiestas, de pelo hirsuto y descuidado, apareció de la nada ladrando como si no hubiera mañana.
-Da la vuelta, por favor, esto no me gusta- rogué al conductor.
Pero ya avanzaba hacia nosotros un hombre. Salió de una casa de incalificable estilo, con ventanas desvencijadas, inútiles persianas caídas, vidrios rotos y tocho visto. Decenas de muebles y objetos viejos y polvorientos ocupaban el porche inutilizándolo para cualquier fin civilizado. Mi acompañante, inasequible al desaliento, bajó la ventanilla.
-Buenas tardes, nos han dicho que por aquí hay un poblado ibérico, ¿por dónde se va?
El hombre levantó la mano derecha. El gesto hizo que resaltara la ausencia de todas las falanginas de los cinco dedos.
-¿Poblado ibérico? No, aquí no hay ningún poblado ibérico.
Empecé a dar pataditas discretas al tobillo de mi acompañante que, con su flema habitual, no se intimidó en absoluto, a pesar de que un segundo hombre bajo un cobertizo comenzó a cortar un tablón de madera con una sierra radial. El ruido del artefacto mecánico se unió al ladrido de los perros haciendo casi imposible la conversación.
-¿No será por allí...?
-No, no es por allí.
Al fin mi acompañante se dio cuenta de que no obtendríamos información alguna de aquellos seres que parecían sacados del monasterio de El nombre de la rosa, así que se despidió e hizo girar el coche para encarar la salida. La maniobra, obstaculizada por la jauría, duró más de lo deseable, ante la pasividad del hombre mutilado.
-Oye, ¿se puede saber por qué me dabas tantas patadas? Ni que fueras Sergio Ramos...
-Tú verás- contesté, señalando los rayos cada vez más evidentes en un cielo casi negro.
Ya de regreso a Ascó, un lugareño nos comentó que él subía al poblado casi a diario practicando carrera de montaña.
-Como subo campo a través, no os sé decir cual es el camino "normal".
Mi acompañante y yo nos miramos. A la hora de informar, un intermedio entre Kilian Jornet y Guillermo de Baskerville sería deseable.
2 comentarios:
Jesús del cielo, o Thor, o Júpiter, o Viracocha, el que sea. ¿Os habéis metido en una peli de miedo tipo "viernes 13"?
Tal pareciere. Qué susto...
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