No consigo, aunque me deje las retinas, identificar los brotes de los espárragos primaverales. Me sorprende la habilidad de ciertos individuos para conseguir, en poco rato, recolectar manojos que parecen ramos de rosas. Nuestra cosecha de media docena de espárragos verdes es producto de una hora de búsqueda montañesa y gracias a las pupilas de mi marido, que parece tener rayos X en los ojos. Yo me contento con sostener el manojillo cual si cucurucho flamígero de la estatua de la Libertad se tratara ante un cielo amenazador de ocaso revuelto.
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