Tenemos un libro electrónico. Y hay que llenarlo. Aparece entonces un dilema moral: ¿pagar o no pagar por unos contenidos que se encuentran a libre disposición para bajarlos de internet?
Uno puede y sabe colocarse en la piel de otros, en este caso autores, escritoras, periodistas, poetas, que en muchos casos viven, y en otros pretender vivir de su capacidad de hacer literatura. Legítimo y por supuesto loable afán.
Pues bien, vamos a comprar un libro. ¿Qué nos encontramos? Si el volumen consta de más de 400 páginas, cuesta por encima de 20 euros. Qué le vamos a hacer, nos gustan los tochos: somos auténticos devoradores de letras. A esos precios, comprar un libro puede desequilibrar un presupuesto autosuficiente, incluso un presupuesto que se nutra del salario mínimo interprofesional en este país. Y el segundo aspecto es el más inquietante: un 21% del precio de un libro es IVA.
Al lado, material pornográfico: revistas, DVD: 4% de IVA. Empieza a crecer en nuestro interior la llama de la indignación.
Pensamos. Razonamos. Y como personas responsables de nuestros actos, somos capaces de juzgar y crear nuestras propias leyes, ajenas a la corrupta degeneración que impera en los estados modernos, castrantes vigías de la ortodoxia autocomplaciente de unos pocos que mutilan la libertad de casi todos. Y dictaminamos que no, que no es moralmente reprobable descargar contenidos de internet, porque la legislación que pesa sobre la cultura en este país es injusta, obsoleta y recalcitrante.
Dibujo: foromanualidades.facilisimo.com
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