viernes, 27 de abril de 2018

RESUCIGATO

Vivía aquí en La Sisquella, nacido hace un par de años, un gato blanco y negro - el único con capa vaquita entre mis abundantes felinos - al cual, por su semejanza con un personaje televisivo a causa de una mancha bajo la barbilla llamábamos Cartanyà. Este gato, sin ser cariñoso, se dejaba tocar, cosa que entre el salvajismo generalizado de mi pandilla gatuna celebraba yo de manera especial.
Mas un día, hace cosa de un par de meses, Cartanyà apareció postrado en el suelo, maullando de forma lastimera y con signos de haberse despanzurrado por alguna causa que no pudimos determinar. A pesar de nuestra presta actuación y de las atenciones que le procuramos, Cartanyà murió a las pocas horas.
Pasaron los días. Y al tercero, cual si de bíblica réplica se tratara, sucedió lo inesperado.
Estaba yo sentada leyendo cuando, frente a mi, vi pasar un gato. Cerré el libro de golpe, sin importarme señalar o no la página: era un gato blanco y negro, que se aproximó a mis piernas y empezó a ronronear mientras se frotaba en los camales de mis pantalones.
Mi primera reacción fue de alegría extrema: acaso el consabido milagro de la resurrección anunciado por tantas religiones se había manifestado en La Sisquella; me incorporé y cogí al gato para observarlo en detalle...y no.
A Cartanyà - para ser Cartanyà - le faltaba la mancha bajo la barbilla. Pero el intento de la Fortuna podíamos calificarlo de bueno.
Y aquí sigue Carty (pues a Cartanyà no llega), venido de no se sabe dónde, acaso aparecido, tal cual. Y tampoco pretendo saber más.

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