Mas un día, hace cosa de un par de meses, Cartanyà apareció postrado en el suelo, maullando de forma lastimera y con signos de haberse despanzurrado por alguna causa que no pudimos determinar. A pesar de nuestra presta actuación y de las atenciones que le procuramos, Cartanyà murió a las pocas horas.
Pasaron los días. Y al tercero, cual si de bíblica réplica se tratara, sucedió lo inesperado.
Estaba yo sentada leyendo cuando, frente a mi, vi pasar un gato. Cerré el libro de golpe, sin importarme señalar o no la página: era un gato blanco y negro, que se aproximó a mis piernas y empezó a ronronear mientras se frotaba en los camales de mis pantalones.
Mi primera reacción fue de alegría extrema: acaso el consabido milagro de la resurrección anunciado por tantas religiones se había manifestado en La Sisquella; me incorporé y cogí al gato para observarlo en detalle...y no.
A Cartanyà - para ser Cartanyà - le faltaba la mancha bajo la barbilla. Pero el intento de la Fortuna podíamos calificarlo de bueno.
Y aquí sigue Carty (pues a Cartanyà no llega), venido de no se sabe dónde, acaso aparecido, tal cual. Y tampoco pretendo saber más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario