miércoles, 26 de diciembre de 2018

LA CUEVA DE LOS CÁTAROS

Hace mucho tiempo, cuando llegamos aquí, una buena persona nos dijo que nos iba a enseñar dónde había una gran cueva con un enorme laurel en la entrada. Ese día no nos iba bien hacer la excursión, que quedó pospuesta para otro momento.
Pasó el tiempo y por desgracia este hombre murió sin que nos desvelara la localización del lugar, que por sus características parecía un enclave cátaro.
Años han pasado y aunque preguntamos a muchas personas, nadie sabía darnos razón de la Cueva del Laurel, como así la bautizamos.
He oteado yo cada día el valle en busca de alguna señal. En vano.
Pero el día de Navidad me ha traído el mejor regalo que podía esperar. Una intuición me dice: busca hoy.
Nos adentramos en el valle de la vertiente de Vinebre, hacia una zona oscura y poblada de árboles de ribera, pinos y encinas. Hay agua que desciende por el barranco. Bajamos y bajamos hasta llegar a un llano singular. Caminamos entre unas paredes de piedra que encajonan un curioso recinto en el que se plantaron rosales: la rosa y la espina, símbolos ancestrales de lo secreto.
Y ahí, presidiendo el lugar, un enorme laurel nos saluda.



De la cueva mana agua en una fuentecilla a ras de suelo casi, enmarcada en musgo. En un rincón apenas accesible, unos recipientes de cerámica enterrados nos ocultan quizás viejos ritos de enterramiento.


No uno, sino dos laureles custodian la Cueva. Tomamos un esqueje.

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