Y el origen es, como siempre, el agua. A algunos metros del Turó del Calvari está la fuente, el agua que brota de la tierra y que es principio de absolutamente todo. Aquí monumentalizada, animada a formar las balsas para lavar la ropa, y seguramente para más cosas. El agua es, al final y en el origen, el inicio.
A partir de aquí, ya se puede dar vía libre al ingenio humano, a su interpretación de la realidad, a su búsqueda de sentido vital:
gallos férricos custodiando arquitecturas formidables, molosas; caminos de estrellas marcados en el suelo por baldosas de piedra; cruces ya no crísticas, sino que devienen rosa de los vientos.
La misma estrella que marcaba los ritmos de los íberos, aquí. El eterno retorno.
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