Hay lugares que merecen permanecer custodiados y casi desconocidos. Uno de ellos es la Serra de Pàndols. Me gusta comprobar que un helicóptero me ha sobrevolado mientras caminábamos por el bosque: nosotros no vamos a atentar contra la naturaleza, pero hay quien ha nacido aneural y hay que vigilar.
Los bosques de pino rojo son excepcionales. Al fin puedo volver a aspirar el aroma de la resina que sana los pulmones porque los árboles, además de darnos oxígeno, filtran el polvo que erosiona el tracto respiratorio a base de respirarlo día sí día también. Verticales, rectos, triunfadores.
Aunque la huella de un trozo quemado descarna una ladera. Lo apagaron pronto. Vigilad, por favor, esta joya.
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