miércoles, 8 de septiembre de 2010

¡LAS TORMENTAS SON NORMALES!

Uno de los motivos por los que me fuí de la urbanización donde vivía es la virulencia de las tormentas. Desde pequeña siempre les he tenido miedo, que se me pasó un verano de hace muchos años, cuando con mi familia fuimos a veranear a un pueblecito del Pirineo. Alli, cada tarde del mes de agosto había tormenta, así que o te acostumbrabas o te daba un "yuyaco" y te ibas al otro barrio. Y allí sí que caían fuertes, porque cada tarde se rompía el repetidor de la televisión, y hasta que lo arreglaban el día siguiente no se veía. Así que por simple cuestión de supervivencia, el miedo se me pasó.
Pero héte aquí que una noche, en nuestra casita de les Pinedes, en la insigne comarca de l´Anoia, cayó un pedazo de rayo que fastidió el aparato de fax. Desde ese día, el miedo volvió. Y como si estos elementos de la naturaleza tuvieran conocimiento, se dedicaron a machacarme durante los quince años que hemos vivido alli, de manera que en cada tormenta, un rayo por lo menos caía cerca. Realmente os prometo que me "dibujaban", eran horribles, a la vez el sonido del trueno y la luz, lo que significa que ha caído en las proximidades.
La gota que colmó el vaso llegó el pasado verano. Empezó la tormentita de marras a las 3 y media de la tarde. Parecía normal, pero...como mi maridito no les tiene miedo, no me hizo ni caso. Me escondí en el garaje, y esperé durante 1 hora, 2 horas... y aquello no amainaba. Al final, histérica perdida, salí corriendo en dirección a la casa de mi vecina, a ver si alguien me hacía compañía...
No sé si recordaréis la escena de la película "La profecía" en la cual el sacerdote queda citado con el señor Thorne en un parque para comunicarle que su hijo es el diablo (también es mala suerte, leches). En esta escena, después de que el padre de la criatura (nunca mejor dicho) envía al cura a freir espárragos, se forma un tormentazo de tres pares de..., y ya tenéis al cura corriendo desesperado hacia la iglesia, mientras los rayos le dibujan, vamos. Al final, le cae uno en el pararrayos del campanario, que cae sobre él y lo atraviesa. Pues bien, sólo tenéis que cambiar el careto del sacerdote y poner el mío, y tenéis la escenita de marras de aquella tarde. "Mi" tormenta acabó a las 7 de la tarde, es decir, 3 horas y media de sufrimiento. Entraban chispas por los enchufes de la cocina de mi vecina, que tan pancha ella decía que "no pasa nada". Y yo con una tila que me preparó y dos diazepanes de 5 mg, porque el corazón se me salía por la boca. Al final,menos mal que reconocieron que la tormentita "sí que ha sido fuerte, sí..."
Aquí de momento, las tormentas que me han pasado por encima han resultado normales. Un descanso para mi corazón taquicárdico...

No hay comentarios: