Hace semanas que en Twitter se empezó a postear sobre un aceite importado de Turquía libre de aranceles por un tratado comercial de colaboración. Lo llaman "aceite fantasma". No pasaría nada si no fuera porque una vez en suelo patrio, al susodicho aceitillo se le pierde la pista y no aparece en la composición de ningún producto.
Las malas lenguas dicen que acaba mezclado con el autóctono para abaratar costes; otros que tal vez pase a formar parte de la fórmula de algún producto cosmético. La cuestión es la de siempre: a llenarse el bolsillo los del lobby del candil aceitero.
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