Hay una cosa que me llena de melancolía, seguramente porque soy consciente de que nunca la tendré, de que nunca la tuve: me hubiera gustado nacer en un pueblo y tener una de esas casas umbrías, protegidas, donde entrar es aislarse del mundo y acceder a una vida propia y con el sabor de generaciones.
Esta casa de una calle de Bovera me ha hecho pararme. Las plantas...esos tiestos que, por no sé qué extraña magia, hay personas que son capaces de mantener siempre frondosos y verdes, a pesar de heladas, de estíos, de granizos...ese humedal minúsculo, ese micromundo de fina neblina de helechos, aspidistras y escondidos Chlorophytum.
Añoranza de lo que nunca se tuvo. Absurdo, ¿no?
4 comentarios:
Hola:
Muy buena esta melancólica entrada. Muchas veces he pensado lo mismo , pero tu lo has transcrito perfectamente.
Un saludo.
Saludos, franclips. El paisaje, tanto geológico como humano, me ha fascinado siempre. Nunca ningún lugar es neutro; todos me arrancan alguna sensación.
Montserrat, que tú conoces bien, es otro de esos lugares que atrae. Lástima que ahora vivo tan lejos...antes íbamos muy a menudo. Asi que ahora disfruto con las fotos de tu blog. Gracias.
No, no es absurdo añorar lo que nunca se ha tenido. A mi me pasa. No tanto ya, por eso.
No es mala cosa la añoranza. Para mí es un sentimiento dulzón, con olor a aquellas granjas donde se vendía pan, bollos recién hechos y leche...aquellas tiendas de pueblo de cuando yo era pequeña e iba con mis primos al Pallars...en mi barrio de Urbanilandia había una: ese olor a baldosa limpia, a nata montada, a leche...
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