Con Sebastian Kneipp, sacerdote y médico, hombre lleno de bondad, se cabrearon sus colegas y en especial los farmacéuticos, porque usaba plantas e hidroterapia para curar y ellos no se comían una rosca vendiendo pomadicas. A instancias de sus enemigos, fue juzgado y condenado por "falta de respeto a la profesión médica" y por "práctica de curanderismo". Lo destinaron a un convento lejano, pero siguió curando gente con su bonhomía, no porque perseverara en ello, sino porque la gente lo iba a buscar a causa de la eficacia de sus terapias.
A los 71 años emprendió un viaje por Alemania y otros lugares de Europa dando una serie de conferencias para difundir sus conocimientos. Dejó 19 libros escritos, siendo su obra principal "Mi cura por el agua".
Propugnaba una vida lo más natural posible y una alimentación frugal.
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