Y luego nos encontramos con un panorama impresionante por gris: personas que llegan a los 40, aparentemente felices, con esa sonrisa de suficiencia ortodoxa: familia,hipoteca y trabajo. Con amigos igualmente ortodoxos o en camino de comulgar con esas ruedas de molino. Sonrisas beatíficas que denotan bienestar, serenidad en las aguas mansas de lo trillado...
Navegamos por el Lado Oscuro. Investigamos en la psicología de la aceptación. De los integrados felices...
Sorpresa. Esos mismos integrados son los que buscan algo más, quieren otra cosa. Para empezar, quieren huir de lo que tienen porque les ahoga...buscan, sin saber bien el qué, lo primero, lo más fácil, una complicidad, alguien que les escuche en sus fantasías más profundas, que suelen ser oscuras. La historia es siempre la misma: un matrimonio convencional, agotado por la rutina de la cotidianeidad. Hijos a los que aman pero que los atan a un trabajo que no les satisface, al cual entregan su tiempo, su vida. Quieren otra cosa...se sienten culpables por querer esa otra cosa, que suelen materializar en bizarras alternativas sexuales.
Y pasan los 40...y llegan los 50. Sequedad del alma y del cuerpo, se ahogan en la rutina, ya de manera angustiosa. Claman al cielo por una recompensa que creen merecer pero que no es tal...es tan sólo el eco lejano de lo que tendría que haber sido...volar de otra manera, sin motor, con alas. Más peligroso, pero más libre. Pero tienen estabilidad económica...¿quién deja eso? Y se atan a la costumbre, al más de lo mismo, al vacío de una existencia programada por otros.
En fin, eso, siendo como es grave, llega a ser desesperante cuando a quien le pasa cuenta tan sólo con veinte años. Atrapados ya en noviazgos carentes de sentido, peleas contínuas por disparidad de caracteres pero seguramente empujados a ellos por exigencias sociales. Saben qué les espera...pero siguen. Porque les han dicho que es lo correcto.
Bueno, tal vez sí. Tal vez no. Nunca se sabe. Pero da pena. Porque no se han atrevido y no se atreverán a vivir.
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