Uno se puede ir a dormir y no saber con cuál de sus hijas amanecerá apareado. No, no os escandalicéis, que esto ya sucedió de bien antiguo: le pasó a Lot con sus dos hijillas. Estas avispadas hembras estaban caninas porque, por azarosas circunstancias de la vida, se encontraban morando en una cueva montaraz con su padre como única compañía viril. Las chicas, que estaban en edad de merecer e iban más moviditas que los árboles de La Sisquella cuando sopla el ventet dels collons, decidieron que tenían ganas de mambo y como no había más rabo que llevarse al monte (de Venus) que el aparataje paterno, optaron por trincarse a su progenitor con tal de ser principio y origen genético de pueblos varios. Concibieron, en efecto, tan feroces criaturas y dieron lugar a los moabitas y amonitas, enemigos todos ellos de los ortodoxos israelitas, por supuesto. Y es que...a Lot sí que le tocó la Lotería...y bien tocada.
Pintura de Goltzius.
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