Mientras Hispania se quema, tanto metafóricamente (43 grados en Banyoles) como literalmente, nosotros nos refrescamos en la plaza de Miravet, donde unos añosos plataneros y coníferas frondosas nos regalan una sombra beatífica.
Miravet en su núcleo antiguo es de esos lugares que desarrollan los músculos gemelos y recto anterior del muslo, a causa de la gracia de sus constructores en hacer callecicas en pendiente. Vale que dificultaban el acceso a los enemigos, pero los amigos quedan con las rodillas por montera.
La arquitectura guarda aspectos moriscos, como los dinteles de puertas y ventanas pintados de azulón y el color adobe de las fachadas. Está muy cuidadito el pueblo; solamente faltaría ver algo más de actividad humana. Eso sí, nos complace comprarle a un lugareño unos melocotones como puños, en negro: del huerto a la mesa, como debe ser...sin iva ni venía.
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