La secular falta de agua en las tierras interiores catalanas ha creado un carácter. Gentes capaces de construir balsas de piedra seca para retener el agua. Estas ingenierías son tan sorprendentes en nuestro tiempo de hormigones y siliconas que no queda por menos que decir: sí señores, con un par. Ese apego, ese vínculo con la tierra que es algo más que económico llega a ser étnico, radicular. Emigrar, sí: es una opción, válida. Quedarse cuando todo es difícil, agreste: es la lucha tribal, ese nexo etéreo que nos aúna a los telurismos.
La bassa de Sant Antoni, en La Granadella, fue el suministro de agua de la población durante muchos años. Se cargaban grandes cántaros a lomos de mulas para acarrear ese líquido vital hacia el núcleo urbano. Aún retiene el agua. La contemplamos con admiración.
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