Hoy en día construir es una tarea rápida y sencilla hasta cierto punto. Los bloques preformados, el cemento, y en el lado bioconstructivo, los churros de termoarcilla y superadobes (que por cierto, cuestan un ojo de la cara) o balas de paja y otras ingenierías tendentes a la autosuficiencia constructiva permiten un bienestar edificante (nunca mejor dicho). Pero antaño todo era más complejo. La argamasa, material mediterráneo por antonomasia, precisaba arcilla, cal y grava. Y todo se tenía que extraer de la tierra y transportarlo hasta el lugar de la construcción. Más trabajo, pero más personas necesarias para tal fin.
En la Gravera de La Granadella, Silono fue el último encargado de esta tarea. Ahora, la gravera está en desuso, por supuesto. Pero a Silono se le recuerda con simpatía, y el gegant del pueblo lleva su nombre.
La gravera es un conjunto de cavidades conectadas por túneles que se sostienen mediante pilares dejados para tal fin. Cuán dura debía ser ese trabajo: sacar de la tierra hasta la propia vivienda.
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