Una variedad preciosa: la leucolea, que mantiene las frutillas blancas desde el primer momento en que se forman, incluso en su maduración. Se cultiva en Italia, en Calabria, cerca de los monasterios donde los monjes se esmeraban en su cuidado, puesto que el aceite obtenido se llamaba
oleo del Crisma y se usaba para ungir emperadores bizantinos. También para quemar en las lamparitas de las iglesias, porque es finísimo y casi no desprende humo. Una oliva que es una joya.
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