Es como el roscón de Reyes: una vez hice uno que parecía un disco de lanzamiento olímpico: más duro que una piedra. Y no os digo nada de unos croissants que horneé un día: con ellos se hubieran hecho los cimientos del mismísimo Stonehenge.
Ante la amenaza de que intentara hacer otra vez una coca para la verbena, Josep se me adelantó y decidió comprarla ya hecha en la panadería del pueblo. Acertadísima elección, puesto que está buenísima. Aquí mi consorte con cara de orgullo y satisfacción: no se dejará ningún trozo de diente comiendo mi repostería. Ya hubo bastante el verano pasado con la mazorca de maíz con la que me rompí mi ínclita muela.
2 comentarios:
que buena pinta tiene.....doy fe que lo que he comido de la panadareia da La Palma esta todo muy bueno.
Con su cabellito de ángel y tal...rellenito...bufff....
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