Escuchaba, escuchaba, escuchaba...
Pero a él nadie le oía.
Escuchaba; pero cuando él hablaba, nadie le hacía caso.
A veces, las personas seguían hablando, sin prestar atención a sus palabras. Otras veces, simplemente se alejaban, sin más, como si no lo oyeran, dejándole con las palabras como colgando en el aire. Y aún había quien le decía, directamente, después de haber hablado con él durante horas, que lo que él le decía simplemente no le interesaba.
Al principio se entristeció; pero luego se dió cuenta de que esto no servía para nada. Así que aprendió a tragarse las palabras. Al principio le costó: se hacía un nudo en la garganta, sí, como esa sensación de cuando queremos llorar pero nos aguantamos...dolía un poco, pero al final, tragando, tragando, aprendió a tragarse las palabras sin esfuerzo.
Todo el mundo decía que era un gran escuchador...
Se dió cuenta de que, contra más palabras tragaba, menos hambre tenía. Sí, las palabras tragadas le llenaban el estómago, no tenía hambre, ¡no necesitaba comer!
Llegó un día en que, asustados, sus amigos le preguntaron qué le pasaba. Y entonces se dió cuenta de que ahora, ya no tenía nada que decir.
Se había comido todas las palabras.
2 comentarios:
No tengo palabras.
Y no es un juego de las mismas.
;-)
El mundo de los unicornios nos ha atrapado a todos.
Es como llegar a Narnia.
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