Hay que reconocer que el trabajo campestre se aligera con las herramientas mecánicas, pero para una mujer pequeñaja como yo tampoco supone mucho alivio. Me invita Josep a probar el aplauso eléctrico, pero a los cinco minutos se lo devuelvo: va muy bien, las olivas saltan de las ramitas muy alegremente, pero aunque es ligero, me pesa...tendría que haber comido más cuando era pequeña, para ser ahora unos cuantos centímetros más alta. Así que sigo con el rastrillito y, las más de las veces, directamente con los dedos.
Comento luego en el pueblo el tema con Dolors; me explica cuando eran jóvenes y tenían que ir todo el día, sí o sí, y coger olivas horas y horas, comiendo en el tros calentando un tupí.
Y otra Dolors me da razón de cuando su marido iba a rescatar personas que se habían quedado incomunicadas por una nevada, con una mujer a punto de dar a luz...y cuando se quedaban tractores atrancados en los caminos y había que ir a remolcarlos...y Angel nos explica cuando en el año 60 se anunció el Fin del Mundo...y ese año cayó una granizada que destrozó la cosecha de olivas y de almendras...para nosotros aquel sí fue el fin del mundo- nos dice-...el trigo se salvó porque ya estaba segado...
Tiempos, principios, finales. Eterno retorno.
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