Esta mañana lluviosa estoy reflexionando sobre la medicina. En los tiempos en que vivimos, hay una cierta tendencia a desprestigiar a la medicina occidental y a sus métodos terapéuticos; se consideran agresivos y se tiende a renegar de su eficacia.
Efectivamente, pienso que hay algunas cosas revisables, y que son en cierta forma una manera de aumentar los ingresos de los laboratorios farmacéuticos: por ejemplo, los niveles de tensión arterial y de colesterol en sangre son revisados año tras año, siempre a la baja, de manera que llegará un momento en que hasta un recién nacido tendrá hipertensión, según estos criterios modernos. Los antiinflamatorios tampoco me merecen especial confianza, tanto en el caso de los de uso tópico con en los de administración oral: el 100% de los casos de personas que conozco que han estado tomándolos, han abandonado el tratamiento porque no encontraban mejoría alguna después de muuuuuchos días de seguir la prescripción. Pero hay otros campos en los que si no fuera por las terapias
occidentales, la tercera parte de los que leéis el blog, incluída yo que lo escribo, estaríamos hace tiempo en el otro barrio.
Esta reflexión me la impone el tema de los partos y la desagradable experiencia con Chivita. Según todo el mundo, incluídos en humanoides, los partos son fenómenos naturales, que no deben presentar problema alguno en el 99% de casos. No es verdad; vamos a humanoides: todas las mujeres que conozco y que han tenido criaturas han necesitado asistencia médica durante o después del parto: oxitocina para aumentar las contracciones, sino la criatura no salía ni con desatascador; sangrados días después de un parto que aparentemente había ido bien, y que sin hemostáticos hubieran dejado a la madre como una pasa de seca; cesáreas a
tutiplen, sino los niños se quedan atravesados, o vienen con los pies por delante, haciendo que la madre corra el peligro de irse ella con los pies por delante; incluso cicatrices de cesárea que sufren fibrosis después de dos años...uyyyyy.
Lo que pasa es que los humanoides tenemos la memoria frágil, y ya no nos acordamos cuando antaño las mujeres, y no pocas, se morían de parto o de fiebres puerperales, que son las infecciones postparto. Y no eran pocas; la mortalidad por parto es enorme en Africa, en Asia...
Con las vacunas pasa igual: mucha gente duda de su eficacia terapéutica, y las considera poco menos que un veneno. No es así. Y puedo decirlo como bióloga que soy. Ya nadie se acuerda del
garrotillo, que en el siglo XVIII causó estragos en Europa, incluída España. Es la difteria, frente a la cual los niños están hoy inmunizados gracias a la vacuna. La produce la infección por el
Corynebacterium diphteriae o bacilo de Klebs. En nuestros dias, aunque los niños no se vacunen, no enfermarán porque el microorganismo ha desaparecido casi por completo gracias a la vacunación. Esta enfermedad era horrible: los niños que la padecían sufrían la inflamación de las mucosas respiratorias, y se ahogaban en brazos de sus desesperados padres, que no tenían más remedio que intentar aliviar el ahogo de la criatura metiendo los dedos lo más que podían en la garganta, intentando que el crío pudiera respirar. Era inútil. Se morían.
Y no digamos nada de los antibióticos, auténtica bendición divina, gracias a los pequeños microorganismos que los sintetizan.
Así, veréis que aunque a mí me gusta usar plantas medicinales, en las entradas correspondientes siempre aconsejo que sea para patologías leves, y para casos en los cuales las terapias modernas no se muestran eficaces, como tendinitis e inflamaciones articulares y musculares. Pero pongamos las cosas en su sitio: la medicina y los profesionales que la desempeñan merecen nuestro reconocimiento y respeto.
Robin dixit.Postdata: entre el colectivo de visitadores médicos, del que yo formé parte durante unos gloriosos años de mi vida, había un dicho, que en catalán tiene gracia porque rima, pero que en castellano es igual de expresivo: els medicaments són per vendre, no per prendre, que significa los medicamentos son para vender, no para tomar. Una pequeña gracia comercial, a la que se ayudaba con ciertos obsequios y promociones.