Huimos despavoridos de las nubes de insectos que pululan sobre los cadáveres de la fauna muerta en el Mar de Aragón en Caspe y ponemos rumbo a Teruel. A Calaceite nos vamos.
Hace mucho calor. Pero en estas calles de piedra en el suelo y piedra en las paredes -gruesas a la manera legendaria- al caminar cortas el flujo de un viento fresco y casi continuo. La lástima de estos pueblos es que las casas están casi todas cerradas y los comercios también. Quería yo un quesillo artesanal, pero no.
Sólo hay cierta actividad en la residencia de ancianos.
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