Aceite, almendras, avellanas, calçots...alimentos que han existido siempre en las tierras mediterráneas. Y que además, eran baratos: por lo abundante, por lo sencillo y habitual. Productos de primera necesidad, a los que se echaba mano porque no había nada más para comer.
Naturalmente, si se desea potenciar el consumo de estos productos, ya que carecen de exotismo, se les debe dar un valor añadido: una virtud o un conjunto de ellas que estimule su consumo. Es el caso, por ejemplo, de los calçots, que son ahora manjar delicioso para comidas de empresa.
Por supuesto, nuestro producto se aparta así del mercado habitual, dejando de ser un producto de consumo diario, para pasar al terreno de las delicatessen. El cliente cambia: ya no es la gente sencilla, el pueblo, sino gente más selecta capaz de pagar estas nuevas características y que además se sienta diferente, chic, -exclusiva-, por poder acceder a ellas.
El aceite, por ejemplo: sus características físico-químicas han sido ya explotadas al máximo; que si virgen extra de primera prensada en frío, que si oleico...esto ya no vende. Por lo habitual.
Hay que buscar nuevos valores añadidos. Más selectos.
Es por ello que ahora el aceite se mueve en élites. Está totalmente in en Europa ofrecerlo en envases pequeños, de exquisita presentación, y con contenidos añadidos tales como: aceite de especias, aceite con ajo y perejil, aceite con trocitos de chocolate y lo más selecto, aceite de oro: dentro del pequeño envase flotan y brillan al agitarse etéreas partículas de este noble metal.
Hay que dejar de vender el aceite en cubas a los italianos.
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