Se bebe: a pequeños sorbos. Es una verdadera delicia. Se excitan los sentidos: la blancura, el olor, el gusto -indescriptible, se paladea, se pasea la leche entre la lengua y el paladar, valorando el retrogusto- para finalmente realizar el acto de la deglución. Permanece la presencia de la leche de cabra en la boca, en la faringe, y se siente descender hasta el estómago, agradecido por esta emulsión amorosa.
Y como constancia de placeres, el vaso: untuoso, con cuerpo. Aquí hubo algo bueno.
3 comentarios:
Doy fe de que es un manjar de dioses....exquisita....sera por los cuidados que reciben vuestras cabras....excelente...
La verdad es que viven como reinonas. Decirte que el sitio del corral lo eligieron ellas: las pusimos más lejos de la casa, para evitar los olores, y cada día, tiraban la valla al suelo para salir y dormir al lado de la casa de madera, así que al final dijimos: pues si quieren dormir a nuestro lado, pues que duerman, y así es la cosa, todos juntos en buena hermandad. No me desagrada el olor del corral, al contrario. Y ellas se sienten más protegidas.
Si es que los animales saben......mas de lo que creemos,si hicieron eso ,por algo sera ;)
Publicar un comentario