Ya hace tiempo que queríamos subir a esta montaña: la Roca de las Aguilas, la llamamos nosotros. En verano, las águilas se ponen sobre este saliente rocoso, y cuando hay corrientes ascendentes, se dejan caer con las alas desplegadas, bailando, bailando y subiendo, subiendo, a veces en parejas, a veces solitarias, a veces de tres en tres. Como mi maridín estaba enajenado mentalmente con el coche, he subido yo, pasito a pasito. Yo poco a poco voy haciendo, que cuando voy con él, me quedo detrás, leeeeeejos, porque el tío sube montes como la mismísima Edurne Pasabán. Desde aquí se ve nuestra finca, y si grito fuerte, Josep me responde. Quería que me hiciera una foto desde la casa, pero el tío ha empezado: más a la izquierda, más a la izquierda...o sea, que quería que me fuera acercando al desfiladero y me despeñara. Él dice que no. No sé yo...
Pues arriba que he llegado. Y para dejar constancia de tal hecho, dejo la foto de unas extrañas marcas que son profundos cortes en la roca, sin duda restos de que aquí estuvo anclada el Arca de Alianza.
Lástima, he llegado tarde.
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