miércoles, 28 de diciembre de 2011

LA MISTICA DE UN REBAÑO

Me he dado cuenta de que me encantan las cabras. No hay nada más relajante, más sumamente complaciente que observar, sentada sobre un margen de piedra, cómo pasta un rebaño de estos animales. El ruido de sus pezuñas sobre las rocas, el sonido de su rumía, sus movimientos, elegantes y acompasados con cierto ritmo primigenio...
Se puede entrar en trance - casi- observando un rebaño de cabras. Cuando se mueven, parecen mecerse. Calmosas, atentas sin embargo a los ruidos extraños, con la mirada firme entonces, mirando de dónde proviene: fiándose de las señales, de la actitud de los perros y de los humanos, en quienes confían totalmente.

El cencerrito de Peque. Morita y Chivita han perdido el suyo: no los encontramos. En algún marjal del monte...pero Peque lleva, aún, el suyo. El sonido es encantador: encanta de verdad, hace que entrecierres los ojos y salgas del tiempo...qué importa el cuando...

Y entonces, el Gran Macho camina, calmoso, seguro, con la mirada al frente, la cabeza erguida, marcando el paso, con la seguridad del que se sabe observado, adorado casi...el vellocino de oro.

Hermoso.

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