Se puede entrar en trance - casi- observando un rebaño de cabras. Cuando se mueven, parecen mecerse. Calmosas, atentas sin embargo a los ruidos extraños, con la mirada firme entonces, mirando de dónde proviene: fiándose de las señales, de la actitud de los perros y de los humanos, en quienes confían totalmente.
El cencerrito de Peque. Morita y Chivita han perdido el suyo: no los encontramos. En algún marjal del monte...pero Peque lleva, aún, el suyo. El sonido es encantador: encanta de verdad, hace que entrecierres los ojos y salgas del tiempo...qué importa el cuando...
Y entonces, el Gran Macho camina, calmoso, seguro, con la mirada al frente, la cabeza erguida, marcando el paso, con la seguridad del que se sabe observado, adorado casi...el vellocino de oro.
Hermoso.
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