Hay setas tan delicadas que no se les puede molestar mucho. Las pequeñas, que crecen sobre el musgo, son especialmente sensibles; un pequeño golpe puede dañar sus sombreritos. Esta, sin embargo, nos deja tocarla: con un dedillo le hacemos cosquillas en el pie. Está contenta, ha llovido más, y el paisaje es ya mágico. Proliferan por todas partes pequeños hongos blancos, grises, marrones...
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