El otro día me enternecí, verdaderamente: alguien llegó hasta el blog buscando en Google cómo dejar de ser gafe...dulce criatura humana, perdida en su destino...
Recordé entonces que hace tiempo había leído algo, una referencia histórica que me remitía a un posible origen de la palabra gafe: y era en algún libro referente a las culturas nórdicas antiguas.
Pues nada: a volver a leer el libro Germanos y Vikingos, de Patrick Louth. Y efectivamente, en el capítulo dedicado a la fe germánica, encuentro la referencia que buscaba: la palabra gaefa.
Gaefa significa hacer valer ante la gente la parte sagrada que es parte de nuestro destino, escrita desde el momento del nacimiento. Es una norma de vida: hay que saber hacerse protagonista de lo inevitable. De manera voluntaria y consciente. Valiente, en definitiva.
El gafe no puede dejar de serlo jamás. Es algo inherente al ser. No hay fracaso en lo que implica ser gafe: simple y llanamente, hay que asumirlo.
Pienso que tal vez la etimología de nuestro castellano gafe pueda tener el origen en esta manera de entender lo inevitable propio de las culturas nórdicas antiguas.
Una noble manera de afrontar la adversidad: saberse un escogido de los dioses que, al fin y al cabo, se han fijado en estos seres para, de alguna manera, distinguirlos del común de los mortales. Los hacen resaltar, como piedras preciosas: seamos dignos de tal distinción.
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