domingo, 16 de octubre de 2011

EL PADRE ARBOL

-Hola niña, ¿qué haces sobre mí, con esa cara de agobio?

-Buenos días, padre árbol. Pues mira, reposar en tí, porque estoy triste.

-¿Y eso, princesita?

-Verás, hace días que venimos a pasturar bajo tu sombra. Ya conoces a mis cabrillas. Y...no sé si te habrás dado cuenta de que Chivita no está bien.

-Es verdad, niña. No está bien tu cabrita preñada.

-A veces me canso. Decían que las cabras no tenían problemas prácticamente nunca. Y mira nosotros: en cada parto, un yuyu.

-No sé qué decirte, pues yo tengo la habilidad de no requerir tantas zarandajas para reproducirme. No sé qué siente un ser cabruno cuando se encuentra mal. Pero sí puedo decirte que vengas a estar conmigo siempre que quieras. Sólo te pido a cambio que me des un besito humano, y que de cuando en cuando me des un abrazo.

-Eso está hecho, padre árbol. Oye...¿tú crees que Chivita se pondrá buena?

-Yo no lo sé, niña. Nadie lo puede saber. Pero te pido por favor que no llores. Y si lloras, ven conmigo, que así me regarás un poquito, porque hija, vaya sequía...seis meses hace que no llueve.

-Pues luego te traigo un cubo de agua y te riego. ¿Vale?

-Vale. Y no llores, llorona...

-Eso quisiera yo, que luego me quedan las córneas como tomates. Se ve que mi líquido lacrimal lleva algo de ácido clorhídrico, porque...bueno, hasta luego, padre árbol. Que te traeré un cubito de agua y un besazo.

-Ay, humanoides...

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Chivita tiene un extraño comportamiento: desorientación y curvatura anormal del cuello hacia atrás. Como siempre, en fin de semana. Como siempre, todo el mundo que sabe de cabras está ilocalizable. Hala, a apechugar...

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