Después de la tan anhelada lluvia, la mañana se ofrece vírgen. Perlas intangibles penden de las ramas y de las hojas de los árboles. En los cornicabras y álamos, son blancas esferitas; en los olivos, no sé por qué extraña transmutación, se asemejan más a diamantes irisados.
Todo se revitaliza, todo vive de nuevo, salido del letargo, de la sequedad.
Después de toda la tensión acumulada por la falta de lluvia, la que ha caído me ha traído una extraña lasitud. Los nervios se aflojan; el deseo se destensa...
-Robin, Robin d´Ebre, qué demonios te pasa...
-Nada Xènius, nada que deba preocuparte. A veces también me pongo un poco triste. Pero al cabo de unos días le estoy dando la vuelta al sentimiento; como hacen los buenos trovadores. Porque me he dado cuenta, amigo mío, de que que aunque tengo 47 años y mi cuerpo ya no es joven, mi espíritu está intacto, como cuando era adolescente, y aún puedo sentir con la misma fuerza y pureza que cuando era niña.
-Eres un ser afortunado entonces. Y sí, eres un trovador. Mis respetos, Robin d´Ebre.
-Y para tí un beso, Xènius querido. Porque a tí también te quiero, parte racional mía. Gracias.
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