sábado, 29 de octubre de 2011

TIMON EL ATENIENSE

Ayer leí la historia de Timón el ateniense. Qué triste es. Me dió tanta pena, que en seguida pensé que, si yo hubiera nacido hace siglos, o él viviese ahora, todo sería diferente.
Timón el ateniense era un buen hombre, que se pasó toda su vida ayudando a los demás. Quería a la gente, y se esforzaba por hacer lo posible para que sus semejantes disfrutaran de su apoyo si era necesario.
Su vida fue transcurriendo dentro de este feliz orden, hasta que un día, la desgracia llamó a su puerta. Y hete aquí que entonces, cuando Timón pidió ayuda a los demás...no encontró a nadie, a nadie, que le quisiera ayudar.
Así que Timón decidió que le dieran morcillas al mundo, dejó todo y se fue a vivir como ermitaño a una colina cerca de Atenas. Y dicen las crónicas que se pasó el resto de su vida maldiciendo para siempre al género humano.
Si yo hubiera tenido noticia de tal cosa, hubiese cogido un gran cesto y dentro hubiese puesto un buen pan de payés, una botella de aceite de La Sisquella, un vinito, unas almendras garrapiñadas, un conejito estofado con setas, un dulce de membrillo, unos quesillos (uy, cuánto pesaría mi cestito) y me hubiera ido a ver a Timón. Sin mediar palabra, le hubiera plantado mis comiditas delante, y con un guiño del ojo, le hubiera dicho: hijo mío, tú tienes una conversación. Vamos a darle buen homenaje a todo esto, y cuando tengamos el estómago caliente y la mente turbia, descenderemos a los infiernos, subiremos a los cielos y te vienes conmigo al fin del mundo.
Y a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga...

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