lunes, 7 de marzo de 2011

AUTOSUFICIENCIA: EL PODER DE CREAR

La autosuficiencia nos permite llevar a cabo una cosa importantísima para el ser humano: crear.
El pensamiento o la palabra por sí mismos no sirven: son útiles cuando se materializan, cuando pueden ser transformados en acción: por ejemplo, por mucho que me caliente los sesos pensando en que exista un elefante rosa, o diciendo en voz alta: ¡existe, elefante rosa!, no va a existir jamás. Para que exista, debo crearlo mediante la acción: por ejemplo, pintándolo o haciendo una estatuilla. Tal es que ni el pensamiento ni la palabra existen per se, que si ahora mismo desapareciéramos todos de la faz de la Tierra, no quedaría ni rastro de budismos, catolicismos, socialismos, capitalismos ni demás pajillas mentales humanas; sólo los libros y las estatuillas darían fe de que algo de eso moldeó la manera de vivir de los humanos.
En la vida autosuficiente nos realizamos en cuanto creadores: de las cosas que tenemos alrededor, más o menos disponibles según el entorno en que nos encontremos, debemos ser capaces de crear las condiciones indispensables para nuestra supervivencia como seres vivos.
La capacidad de crear nos hace humanos, y por lo tanto libres. Y es por ello por lo que nuestros estamentos gubernamentales están tan empeñados en limitarnos con sus legislaciones. En el mundo civilizado, para que la gente obedezca y no se desmadre, los poderes han decidido que aquí sólo tienen capacidad de acción, y por lo tanto de crear, dos entes: el Estado y Dios. Dios en cuanto creador supremo: el gran dominador de las conciencias; el Estado, en cuanto supervisor de todas las necesidades de sus súbditos, que a cambio de la protección que éste le otorga, deberán entregar su capacidad creadora para someterse a las legislaciones paternalistas y castradoras.
No podemos hacer una casa sin arquitecto; no podemos reformar nuestra propia casa sin permiso municipal; no podemos construir un vehículo a motor (bueno, sí podemos, pero no podemos circular con él); debemos comprarlo. No podemos vivir juntos ni tener hijos sin que papá Estado o la Iglesia nos den su consentimiento (bueno, algunos sí podemos, je, je, je...desde pequeña tuve claro que yo no le pedía permiso a nadie para retozar). Todo lo creativo, todo lo que nos hace humanos, está prohibido, o en el mejor de los casos, tutelado. ¿Hasta cuando?
El poder establecido nos ha hecho un trueque, un poco con armas de trilero: ha cambiado la capacidad creadora y por lo tanto autosuficiente de los individuos por la tutela del bienestar, de las necesidades cubiertas (supuestamente). Y el ser humano, comodón por naturaleza, ha dicho que sí. Tampoco es del todo reprobable: ya he comentado en otras ocasiones que la naturaleza, vivida así, a pelo, es muy desfavorable para el ser humano; no estamos bien adaptados. Pero este ya es otro tema: ¿cómo hemos podido llegar tan lejos (en todos los sentidos) unos seres tan mal adaptados al medio que les rodea que deben transformarlo hasta la destrucción para vivir? Gaia, Gaia, que también tú eres un poquito responsable de lo que te pasa...

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