lunes, 28 de marzo de 2011

EXCURSION A LA CASA DE LA COLINA





Este hombre me va a matar. Como el señor es futbolista, y tiene esos pedazo de piernas que Dios y la genética le han dado, trisca por el monte que es un contento. Pero yo, bajita y con mis pobres piernas de estudiante, las paso canutas. Aunque la excursión lo merece.
Empieza atravesando un paso de montaña que no tiene paso: o sea, campo a través. Pero no cualquier campo, sino una garriga llena de pinchos tan espesos, que incluso durante un momento las cabras no sabían por dónde seguir. Naturalmente, el líder-marido que nos guía ha encontrado un senderillo (?) muy adecuado...

Una vez llegados a un camino digno de tal nombre, hemos tenido que subir por un sendero en pendiente. Había que saltar por encima de un zanjón hecho para instalar unos tubos de riego...

Y luego, cuando yo estaba sacando los higadillos, mi marido ya estaba en lo alto de la colina, junto con los perros y las cabras.

Ha valido la pena, porque hemos encontrado cosas interesantísimas: para empezar, un aljub con cubierta, aunque algo degradada. No había agua.

Sigue la ascensión: llegamos a la casa en lo alto de la colina. Es una lástima que se hayan dejado perder estas casas. Pero es así: el tejado derruído nos habla de glorias pasadas. La casa es grande, de dos pisos. Desde la colina se domina una buena parte del valle por el lado norte, y un hermoso bosque por el lado sur.

Y un poco más apartado de la casa, han aparecido este aljub y un abrevadero tallado en la piedra, donde los animales han saciado su sed de buena gana. En el grande, se ve reflejado el cielo primaveral con las nubes vagarosas. No parece que haya agua, parece que tengamos el cielo recogido entre las paredes de roca.

La vuelta ha sido gloriosa. Mi marido ha optado por una ruta alternativa para salvar el campo de pinchos, y nos ha hecho subir por una rampa tipo Everest que me ha dejado ya definitivamente para el arrastre.

Llega la noche: voy a soñar con la casa de la colina...

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