sábado, 12 de marzo de 2011

ANECDOTAS PARA UN DIA DE LLUVIA


1.800 litros de agua llevamos ya recogidos: vamos transvasando el agua del depósito de recogida al que da agua a la casa, y a otro para regar el huerto cuando haga falta.
Día de reflexión, de pensar, de leer. Entre ayer y hoy he devorado el libro que me ha enviado Joa. Me ha dejado una extraña inquietud interior. Ya que me lo he comido, ahora tengo que digerirlo.
Tiempo también para pensar en centrales nucleares japonesas: pero no quiero hacerlo, me entra un extraño desasosiego, como ayer por la noche, cuando me asusté pensando en una explosión nuclear y me empezó a doler la zona izquierda del pecho. Dejémoslo, no vayamos a tener un susto.
Y encima se me ocurre aprovechar para mirarme al espejo. Pequeños saltamontes, la vida al aire libre entraña ciertos peligros de deshidratación y arrugamiento dérmico: hablando en plata, me estoy arrugando como una pasa. Suerte que con la cámara del móvil las fotos de tan cerca no salen bien, y no se ven los surcos de mis mejillas. Daré gracias a Dios.
Y luego está lo de las canas, el pelo blanco: un día tuve un altercado con los pijos de un jardín. Todas las mujeres de la casa alababan la guapura de mi marido (madre, hija e incluida abuela de 93 años), diciendo que con el pelo entrecano estaba interesantísimo; yo procuraba disimular, para hacerme la tonta y no ver que se lo estaban comiendo con los ojos y que iban más quemadas que el palo de un churrero. Y de repente, la matriarca de la casa arremetió encolerizada contra mí, cual rinoceronte africano:
-A tu marido, las canas le hacen interesante, pero a tí, te hacen vieja. Pareces una vieja-me soltó la noble dama. Y se quedó tan pancha. Pero tal cual me lo dijo. Me quedé helada. Yo, que mido las palabras cuando hablo con alguien como si fuera una geisha, para no ofender en lo más mínimo y respetar a mis semejantes...
Me dió tanto coraje, que llegué a casa, cogí la máquina de cortar el pelo de mi marido y me la pasé por el cabolo, dejándome el pelo al número 1.
A los dos días que tocaba volver al jardín, entré triunfante en la casa de la simpática dama, y le dije:
-Que, ¿así le parece mejor?
La mujer, con mirada de susto, me dijo:-Uy, que moderna vas-lo que significa que casi le da un soponcio y que parecía una bola de billar.
Moraleja: tengo que encontrar un tinte de pelo natural, pero ya. O voy a parecer una vieja, vieja. A mi marido le da igual, pero...no sé, no sé. Luego pasan las niñas veinteañeras, que se mueren de gusto por un chorvo de 50 entrecano...a ver si voy a tener un disgusto...

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