domingo, 30 de enero de 2011

EL BOSQUE PRIMIGENIO


La única manera de conocer el corazón de los lugares es caminar por ellos. Y a veces pasan cosas curiosas: pasas por un sitio en el que aparentemente no hay camino...y al cabo de unos días vuelves a pasar, e intuyes la presencia de un sendero que antes no habías visto. Esto nos pasó ayer por la tarde, con las cabras. Y por ahí nos metimos.
Estas montañas esconden verdaderas joyas. Empezamos a bajar por un sendero lleno de maleza. Nos acompañaban Peque y Chivita: Onga y su madre se quedaron en el corral, porque la excursión era muy cansada para la pequeñaja. Por supuesto vienen todos los perros, porque son auténticos amantes de los desafíos extremos: se tiran por barrancos abajo los tíos, y luego los suben de un salto, son máquinas de la escalada.
El camino, al principio reseco y lleno de pinchos, se fue introduciendo en una zona boscosa: aquí se obró el milagro. Tuvimos que apartar algunos árboles caídos; a medida que avanzamos, la humedad aumenta; y la tierra bajo nuestros pies ya no es roja, es marrón, porque no es tierra, es humus. Y no de pocos centímetros de espesor...hay rastros del paso de animales. Y al cabo de un rato, llegamos a un acantilado rocoso magnífico. Estos abrigos se forman al desprenderse trozos de las rocas por erosión. El trozo que se desprende se encuentra monte abajo, formando monolitos rocosos cubiertos de hiedra. En algunos casos, el ser humano los ha aprovechado para construir pequeños refugios, como en la foto de la derecha.
Estos bosques son de difícil acceso: en ellos crecen las trepadoras zarzaparillas con sus cariñosos pinchos, las zarzas, las madreselvas. Son los restos escondidos de los bosques primordiales que cubrían estas montañas. Hay también, entre la mayoría de pinos, que es la especie arbórea dominante, magníficos ejemplares de encinas, que dan de comer a los animales sus bellotas, y enriquecen el suelo con sus hojas caducas.
Magnífica excursión.

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