Mi marido ha bajado al pueblo y ha conocido un personaje singular: llevaba un pantalón de chandal, y sobre él un pantalón corto; calzaba sandalias sin calcetines y llevaba los pies negros; pelo largo. Nada de esto sería muy raro, y más viendo a mi marido con sus pantalones rotos (que por cierto, la gente del pueblo viste toda así cuando van a recoger las olivas, hay desgarrones con las ramas), repito, no sería raro si no es porque este hombre vive en una furgoneta y va arriba y abajo, allá donde le place. No sabemos si su nomadismo es perenne o bien va de un pueblo a otro en las épocas de recogida de la fruta; pero de todas maneras, es una peculiar manera alternativa de vivir.
Cada día hay más gente que vive así: no hace mucho tiempo, vimos una agrupación humana formada por un hombre, una mujer y dos preciosas niñas rubias, pequeñas. La mujer llevaba en su barriga otro bebé. La matrícula de la furgoneta que llevaban era holandesa, y el interior del destartalado vehículo era una auténtica casa rodante.
A cada cual, su manera de entender el mundo. Yo soy más sedentaria, aunque hay que reconocer que tener tierra te limita mucho los movimientos, sobre todo si tienes animales: por supuesto, nadie de la familia urbanita que tenemos va a venir a echar una mano en caso de que debamos o queramos ausentarnos unos días. El nomadeo tiene el riesgo de carecer por completo de recursos: a cambio, es la libertad absoluta espacio-temporal. El problema es encontrar la comida de cada día: en la tierra, por lo menos tienes algo que llevarte a la boca con cabras y gallinas, y un poco de huerto.
Que cada uno obre como quiera: pero que sea por propia voluntad. La lástima es que hoy en día, mucha gente vive así porque les quitan las casas. Hoy he oído en la radio que la solicitud de asistencia psiquiátrica está batiendo récords últimamente. Lástima que la justicia divina parece que anda desaparecida en estos tiempos modernos...si es que alguna vez la hubo.
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