viernes, 19 de noviembre de 2010

LA PIEDRA FILOSOFAL (DE MOLER)

Esta mañana la cosa se ha torcido. Me he levantado yo con la idea de traer la piedra de moler de una vez por todas, animada por los consejos que Pochi de la granjaonline me ha hecho llegar sobre la manera de arrancarla de la tierra, animada también por la conversación que hemos tenido durante el desayuno sobre los precios que cobran en los molinos por prensarte la cosecha, que son de órdago. Pues...mi marido hoy no estaba para esos menesteres. No sé por qué razón, se está haciendo el remolón con el tema del transporte de la piedra. No consigo que me dé una explicación: la piedra está ahí y nadie le hace caso desde hace lustros, no creo que el dueño del terreno se cabree. Y si no va bien para moler, servirá de elemento decorativo. Pues no logro que este hombre me de una razón. Debe ser que como tiene ascendencia aragonesa, cuando se le ponen las cejas en triángulo, que digo yo, se le atraviesa la idea en el cerebro y no va ni pa alante ni pa atrás.
Bueno, tal vez mi empeño en traer la piedra se puede ver desde fuera como una obcecación infantil si se quiere. Lo de infantil no me ofende, porque de todos es sabido que las rebeldías infantiles son la última muestra que nos queda al ser humano de manifestar nuestro pensamiento y nuestra voluntad libremente y sin tapujos antes de que nos domestiquen socialmente. Lo de obcecación: pues tal vez, pero es que no veo otra forma de intentar prensar olivas, que el antepasado humano a quien se le ocurrió que el tema de triturar este frutillo para obtener aceite también tuvo tela, no sé de donde sacaría la idea, pero se quedó descansado...
La manera de conseguir que mi marido me ayude es muy simple: basta con decir que aprovechando una de sus idas al pueblo, yo sola traeré la piedra. Esto produce inmediatamente un efecto rebote del tipo tú sola no podrás, ya iré yo. La psicología del macho humano es muy previsible. Lo que pasa que a mí me sabe mal que lo haga porque yo sola no puedo, y no por propio convencimiento sobre el tema aceitero.
En fin, no puedo pretender que todo el mundo sea tan rebelde como yo. En momentos así lo único que lamento es no medir 1,95 metros, pesar 200 kilos y llamarme Patxi, cual aizkolari norteño.

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