Hay cosas en la vida que no tienen una explicación muy racional. Por ejemplo, el tema de la cocina. Mi marido tiene una virtud: cocina muy bien. Tal es la cosa, que partiendo de los mismos ingredientes, mientras a mí me sale un plato normal, a él le sale siempre una versión perfeccionada del mismo. Hoy lo he podido comprobar con la crema de calabaza; la que hice el otro día estaba deliciosa, pero la que ha hecho él hoy estaba sublime.
Para contraatacar, he preparado un plato tan sencillo como exquisito: arroz blanco con chutney de albaricoque. Por supuesto, el autor del exótico acompañamiento es Joa. Aquí he jugado yo a caballo ganador, porque se trataba simplemente de hervir el arroz. Tal es la exquisitez del aderezo, que el plato, en su sencillez, es una loa a los sabores. Basta hacer un matón con el arroz seco y dejarlo enfriar (está más bueno que caliente en este caso, para que destaque el sabor del aderezo), añadir sobre éste un generoso chorro de aceite de la finca, y rodear con el chutney, a modo de envolvente toque de color asiático. Jugamos además con presentaciones espectaculares, el centro del plato con el puro y blanco arroz, y alrededor la fiesta del color anaranjado, la alegría de los sentidos. Destaca especialmente la pimienta, de la que el chutney iba bien cargadito.
Os aseguro que se pueden conseguir platos deliciosos de restaurante de primerísimo nivel con los productos que nos ofrece el campo, y que con nuestra labor podemos cultivar en nuestra propia tierra. Si conseguís tener un poco de cada cosa, tenéis un tesoro en vuestras manos. Es tal la variedad de platos que se pueden preparar, y tal la combinación de sabores que se salen de lo normal, que la cocina de autosuficiencia se puede convertir en un ejercicio de virtuosismo culinario. Dejad atrás la idea de los locos autosuficientes que comen acelgas y espinacas crudas: de eso nada, monada.
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