
Lo
intuíamos, pero hace pocos días lo confirmamos: unos conocidos que estaban realizando un proyecto parecido al nuestro han
partido peras y cada uno ha tomado un nuevo camino. No hay que dramatizar, naturalmente; ¿será por facetas que nos ofrece la vida? Pero no deja de ser un mal paso. Especialmente, para el que se queda: por muy fuerte que seas,
algo, inevitablemente, debe desmoronarse dentro de uno cuando se queda solo...quien más quien menos, todos lo hemos experimentado en nuestras propias carnes...
Insistiré una y mil veces: para echarse al monte hay que conocerse mucho a uno mismo. Al o a los compañeros de aventuras también: pero es primordial conocerse a sí mismo. Si no es así, nos haremos daño a nosotros y a los demás. Vivir en el campo no es vivir en el desierto, estoy de acuerdo: pero no es lo mismo que vivir en un entorno urbano donde, si tienes un berrinche o una discusión, te vas a dar una vuelta a hablar con alguien, o al bar, o al centro cívico, o al psicólogo, o a hablar con un amigo...aquí, para hacer eso, tienes que desplazarte mucho...
No es necesario tampoco que la desavenencia sea debida a una discusión o a pareceres diferentes: a veces, en nuestro tranquilo lago interior, que está quieto y en paz, cae una piedrecita, que provoca esas ondas que vemos en las aguas quietas que se expanden desde el centro, y que aumentan su amplitud a medida que se acercan a la orilla. Hay que conocerse mucho a uno mismo para pensar, analizar, digerir, sin mover el lago interior del otro. Estamos juntos, pero cada uno es un mundo. La sincronía nunca es perfecta. Yo pienso, pero, ¿acaso no piensa el otro? ¿Y qué pensará? Yo a veces veo a mi hombre serio, interiorizando, igual que yo, experiencias: ¿qué tendrá dentro? Puedes preguntar: pero nadie tiene la obligación de abrirte por completo su alma. Nuestros pensamientos y sentimientos no son fijos: evolucionan como la tierra que nos rodea, vagarosos como las nieblas.
Cuidado con eso.
Vale la pena, de verdad, antes de echarse al monte de manera más o menos definitiva (aunque siempre se pueden retomar caminos, pero es costoso deshacer estas aventuras), vale la pena, decía, tomarse un tiempo para pensar, para aislarse; si tenemos una finca comprada, antes de trasladarnos definitivamente, pasemos largas temporadas de acampada, en vacaciones; bajo mínimos, para ver cómo vamos a responder frente a la nueva situación. Hablemos, sobre todo, hablemos con la o las personas que nos van a acompañar; no sólo al principio, sino continuamente, sin ser un brasas pero interesándose a menudo por los sentimientos, por los pensamientos, del otro. Es la mejor manera de evitar ver en los ojos la tristeza, la enorme melancolía del que se queda solo en el monte.